sábado, 12 de enero de 2013
Virgilio: Palingenesia I. El eterno retorno.
Mientras tanto Eneas percibió en una esquina del valle una floresta
aislada; las aguas del Leteo bañaban este lugar tranquilo. En los bordes
de río revoloteaba una masa de sombras de todas las naciones del
universo, de la misma manera que en los hermosos días de verano
las abejas se desparraman por las praderas, posándose en diferentes
flores y volando alrededor de las azucenas, y todo el campo vibra ante
el zumbido del enjambre. Eneas, sorprendido, le preguntó a su padre
qué río era aquel y por qué todas aquellas sombras parecían agolparse
tan apresuradamente sobre sus orillas...
-Estas almas- respondió Anquises- deben animar nuevos cuerpos, y
es por esto por lo que vienen en masa a las orillas de este río, cuyas
aguas beben a grandes tragos porque les hacen perder el recuerdo
del pasado. Desde hace mucho tiempo deseaba que conocieras,
¡ oh, hijo mío! cuáles de estas almas han de constituir tu gloriosa
posteridad; este conocimiento aumentará la alegría que has de
sentir por tu gloriosa llegada a Italia.
-Oh padre mío- interrumpió Eneas, ¿ cómo se puede creer que estas
almas vuelvan a la tierra para animar una segunda vez cuerpos
mortales? ¿ Es posible que deseen con tanto ardor volver a ver la
luz y que tengan tanto deseo de tornar a esta desgraciada existencia?...
Virgilio, La Eneida Libro VI, ed. Ernest Flammarión.
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